El dolor es mi rutina.

Si miro hacia delante veo dos caminos, pero la razón no se decide por ninguno de ellos. No quiero coger uno y dejar al otro atrás. Así que me quedo sentada, limpiando mis lágrimas, mirando los ojos brillantes de los búhos, y hundiendo  la cara en mis manos.  Ahora necesito que los dos caminos se unan en uno. No quiero tener que poner excusas a mis lágrimas. Quiero que el mar se calme y que tú le murmures a la lluvia que es hora de marcharse.  Necesito  un soplo de aire que me murmure al oído cual es lo bueno y cual es lo malo. Necesito tus brazos abrazando mis hombros, y unas palabras de calma saliendo de tus labios y entrando en mis oídos.  Necesito que la razón se aleje un rato, y que tu presencia esté conmigo.