El viento me sopla y la lluvia me moja. El pájaro me canta, y el príncipe me saca a bailar.
Mis torpes pies tropiezan una y otra vez, finalmente me caigo, y el príncipe ya no está para levantarme.
Me levanto sola, pero tropiezo con mi extravagante vestido, de modo que me queo ahí, sentada, quieta, con un gesto indiferente en la cara y una sonrisa distraída en la boca, notando como el Sol me alumbra, las brujas me asustan, la poesía me gusta, la cuna me duerme, la rutina me aburre, el amor me agovia, las responsibilades se acercan sin que yo quiera, la inocencia se marcha sin despedir, las piezas del puzzle no encajan, as lágrimas caen, las sonrisas desaparecen, las preguntas sin respuesta me preguntan, mis ojos se abren y ven como estoy tumbada en mi cama de siempre, con mi pijama de siempre, y con la felicidad sentada enfrente de mí, sin acercarse ni alejarse. Me incorporo un poco, me siento, y veo como no hay vestidos extravagantes, ni amor, ni sonrisas, no hay nada.
Resumiendo, estoy donde siempre, hay lo mismo de siempre, y pienso lo mismo de siempre.